Este es el primero de tres textos que el Colectivo está preparando en el marco de las Jornadas Antiautoritarias:


I. Autoritarismo

Hacer una definición sobre el antiautoritarismo supone, en un primer momento, hacer una delimitación precisa de lo que es el autoritarismo. Ante todo, éste debe ser reconocido en el marco de relaciones sociales. Sólo mientras se establecen sujetxs y formas de relación alrededor de una autoridad, se puede hablar de autoritarismo.

En ese sentido, el autoritarismo es un determinante de las relaciones sociales, configurado a partir del ejercicio de una autoridad como un poder vertical desde una cabeza visible. Esta cabeza se define, a su vez, como un constructo social, en el que se incorporan todas las caracterizaciones y las posiciones de sujetx que permiten la identificación de actorxs sociales particulares como una autoridad. En ella se monopoliza el poder de decisión política, y se establecen formas de ejercicio del poder simbólico.

La identificación de una autoridad, entonces, supone que posiciones de sujetx específicas converjan en un reconocimiento, explícito o tácito, de una autoridad como una fuerza superior en dimensiones culturales, políticas y sociales. Incluso, si la autoridad está limitada únicamente por el alcance de su fuerza y sus decisiones, ésta es la determinante de la vida y la muerte de lxs sujetxs por debajo de ella.

En lo que se refiere a la decisión política, la autoridad se constituye como un poder soberano, soportando sus acciones sobre el reconocimiento otorgado previamente. La decisión es acción inmediata, instantánea, que reacomoda las posiciones de sujetx de acuerdo a el interés específico de la autoridad.

Poder simbólico

Posiblemente, este ejercicio del poder simbólico es el rasgo más significativo del autoritarismo, en tres vías principales: en primer lugar, porque supone la construcción de un discurso monolítico que se convierte en hegemónico, reconfigurando las interpretaciones de la vida social a partir de lógicas totalizantes y normalizantes. En otras palabras, las relaciones más básicas de lxs sujetxs son puestas bajo una nueva luz, y son regularizadas de acuerdo a intereses específicos derivados de la producción discursiva autoritaria.

En segundo lugar, esta producción de discurso es, al mismo tiempo, un uso autoritario del lenguaje como herramienta de exclusión. La capacidad de producir discurso y, en últimas, la capacidad de entrar en la comunidad del lenguaje, brinda a la autoridad un poder de decisión más allá de la decisión política. Se llega a determinar la condición de ser de lxs sujetxs a partir de su pertenencia o no pertenencia a una comunidad delimitada alrededor de producciones discursivas y simbólicas específicas, claramente direccionadas, y con una pretensión totalizadora. Quienes no estén en capacidad de establecer sus relaciones sociales en estos términos, y sobre todo quienes no quieran hacerlo, son excluidxs de esta comunidad simbólica, pues sólo son productorxs de ruido.

En tercer lugar, el ejercicio de poder simbólico permite que la autoridad se reafirme en términos políticos, al ser el eje alrededor del cual se centraliza el miedo. La producción discursiva y simbólica siempre va a girar alrededor de un miedo o una amenaza, frente a la cual la autoridad se constituye como única alternativa. En ese sentido, al eliminar las demás fuentes de incertidumbre, la autoridad se erige como la única fuente que puede ejercer el miedo, y esto lo hace a través de una amenaza permanente, sistemática y siempre latente del uso de la fuerza sobre lxs sujetxs cobijados bajo la decisión autoritaria.

Sin embargo, el uso de la fuerza supone un problema en términos tanto de la legitimidad como de la efectividad de la autoridad, pues el ejercicio práctico de la violencia hace que todas las construcciones simbólicas articuladas alrededor de la autoridad se vengan abajo. Toda forma de ejercicio de poder simbólico es más efectiva en cuanto menos tenga que recurrir al uso de la violencia. Por supuesto, esto no excluye la amenaza constante y latente, pero la transformación de esta amenaza en hecho convierte al poder simbólico en mera coerción, perdiendo, de esa forma, el reconocimiento previo que lxs sujetxs habían efectuado y acabando con la autoridad como constructo social.

0 comments

Post a Comment